eTestimonios

Gente de la calle que cree en Dios

28 mayo 2006

Te dicen que eres libre porque puedes elegir entre cien modelos; la verdadera libertad consiste en no necesitar ninguno

A los treinta años, José María Márquez abandonó su carrera en el mundo de la empresa y decidió emplear el resto de su vida en socorrer a los más pobres de las zonas más deprimidas del planeta. En su camino encontró la fe de la mano de la madre Teresa de Calcuta.

Nacido en Madrid hace cuarenta y un años, alumno de ICADE, José María Márquez trabajaba en Amsterdam como ejecutivo de una entidad bancaria. Parecía que le aguardaba un futuro brillante. Pero aquella vida no le llenaba.

Más que de una iluminación repentina, se trató de un proceso. Quería ponerse al servicio de los más desfavorecidos, allí donde este planeta es un valle de lágrimas. Así que decidió pedir un año de excedencia y emprender el camino de Calcuta.

En aquella ciudad donde la miseria se huele, se siente y se palpa, comenzó a ayudar en la Caridad que encabezaba la madre Teresa de Calcuta. Nada más llegar, quiso dar marcha atrás. Enfermos terminales, víctimas del sida, etc. Pero aguantó. Y terminó reconociendo a Jesucristo en el rostro de los que sufrían y, por supuesto, en el trabajo abnegado e impagable de aquellas religiosas.

"Al principio no entendía nada, y ni siquiera pensaba que pudiera ser útil. Estaba en un auténtico moritorio. Les preguntaba a aquellas mujeres qué hacíamos allí exactamente, en un lugar donde los enfermos terminales iban sólo a morir. Ellas contestaban que apretar la mano de un moribundo era todo menos inútil. Poco a poco lo fui comprendiendo. Me impresionaba el instante de la muerte, era un chasquido sordo, silencioso, inconfundible. Se sabe el segundo exacto en que alguien muere”.

"Recuerdo el caso de un chico, de apenas catorce años, con una disfunción en las piernas que le impedía completamente caminar. Tenía que arrastrarse, que reptar, para llegar hasta el cuarto de baño. Todos los días intentaba dar unos pasos, pero nunca lo conseguía. Descubrí que al limpiar a los enfermos, me estaba limpiando a mí mismo, que ellos nos daban mucho más de lo que les dábamos, y que lo difícil no fue ir, sino volver y dejar todo lo que tenía allí, el mundo de Teresa de Calcuta ".

Volvió, pero no por mucho tiempo. Las vivencias de Calcuta le empujaban a descubrir nuevos caminos, y la siguiente ruta fue África. En Malawi vivió nueve años. Es uno de los lugares más pobres del planeta. Hambre y sida -enfermedad padecida por un tercio de la población- son dos plagas devastadoras que colocan la esperanza de vida en 37 años.

"Sin embargo, las personas no son más felices aquí, en este mundo tan libre y avanzado ¿Sabes por qué? Resulta que en África todo lo miran con ojos de hoy: hoy he comido, hoy he dormido. No conciben necesidades más allá de las básicas. Aquí todos se agobian por lo que va a venir: tengo que pagar la hipoteca a fin de mes, el coche... No miran con ojos del presente. Al final no hay mayor felicidad y sí más angustia. Nos dicen que somos muy libres porque podemos elegir entre cien clases de azulejos. La verdadera libertad es otra cosa, consiste en no necesitar azulejos."

Actualmente, José María Márquez -que también ha viajado por Kenia y Sudán- trabaja en la oficina de Madrid de África Directo, "donde hoy por hoy puedo hacer más". Desde ahí apadrina el hospital que él mismo promovió.

Fuente Alba

Sección Cristianismo/Christianity

21 mayo 2006

Si alguien piensa que somos unas incultas, me gustaría verle planificando una comida para trescientas personas

Tanto Bernadette Pliske, de veintitrés años, como Andrea Feehery, de veintisiete, pertenecen al Opus Dei. Se dedican profesionalmente al cuidado doméstico de los centros. Ahora, trabajan en un centro de retiros y conferencias de Indiana, Estados Unidos.

Tanto Pliske como Feehery dan la impresión de ser unas chicas brillantes y elocuentes. ¿Qué piensan acerca de apuntarse a un estilo de vida en el que muchos creen que desperdician su talento?

«Yo lo veo como un honor -responde Feehery-. Me gusta ser la madre de todos en el Opus Dei. Lo entiendo como una profesión pero cada vez lo veo más como una madre. Mi trabajo consiste en comprobar que los miembros de la familia tienen todo lo que necesitan. Nuestra Señora hizo lo mismo por Dios.» Es algo extraordinario. Se podría sospechar que Feehery estaba simplemente siguiendo directrices de partido, pero estábamos hablando en una habitación a solas con total libertad. Feehery no parecía en absoluto el tipo de persona que permite que le impongan lo que tiene que decir.

Pliske estuvo de acuerdo. «Si no fuera numeraria auxiliar en el Opus Dei, estaría haciendo algo parecido en otra parte. Podría estar cuidando de mi familia. Aquí puedo ser la madre de una gran familia. Me encanta. Pienso en mi propia madre y en nuestra Señora en la vida de nuestro Señor.»

También afirma que las numerarias auxiliares son «totalmente capaces» de hacer otras cosas, pues su vida es una elección, no falta de otras opciones. «No es cierto que seamos unas incultas, quien lo piense tiene preparado un reto: me gustaría verles planificando una comida para trescientas personas.»

«Mucha gente no tiene una figura materna que cocine, lave y cuide de la familia. Mi madre se quedó en casa y ahora me doy cuenta en la vida de lo importante que fue su decisión.» Pliske confesó que tiene muy mal recuerdo de los dos anos que su madre trabajó fuera de casa. «Me encerré en casa. Ella no estaba cuando yo llegaba en el autobús.» Más tarde, la decisión de su madre de volver a casa la recibió como «un auténtico regalo».

Feehery comentó que aprecia en sus amigos una tendencia a valorar los logros con criterios externos. «Recibo sus correos electrónicos y al final siempre adjuntan esos largos tratamientos. Siempre me pregunto por qué es tan importante.» Cree que la satisfacción es «una gracia que se recibe de Dios». Feehery no ha abandonado sus intereses más tempranos. Tenía un talento en ciernes en el instituto y aún estudia arte en su tiempo libre. Además, no siente ningún remordimiento por las cosas que ha dejado en el camino.

«Estoy muy comprometida», afirma. «Todo el mundo pasa una crisis en el ecuador de su vida y sé que me abordarán esos pensamientos. Pero ¿qué es lo que hace que un marido se quede con su mujer cuando pasa? En esos momentos se debe rezar con más intensidad.»

«Conozco personas que odian su trabajo pero yo nunca me aburro -prosigue. No se trata sólo de poner los platos sobre la mesa, sino en lo que hay detrás de este trabajo. Se trata de a quién se lo haces y por qué lo hago. Eso hace que limpiar los lavabos pinte un poco mejor», bromea.

Fuente: J. L. ALLEN, Opus Dei, Planeta

Sección Cristianismo/Christianity

Algunas jóvenes vienen a mi puerta hasta sin dientes; si la gente viera esto nunca querría la legalización

El País, 17.V: Médicus Mundi pide se combata la prostitución, mientras CCOO propone que se legalice. El PSOE pide a la selección de fútbol que condene la prostitución en el Mundial.

El Mundo, 20.V: presidente de la FIFA reconoce que el Parlamento de Europa, el Consejo de Europa y el Parlamento de Suecia le han rogado un posicionamiento público sobre los “híper del sexo”. En este contexto, recogemos el siguiente testimonio.

Una ex prostituta, Linda Watson, conversa, se encontró personalmente con Juan Pablo II para pedirle que rezase por ella y por su trabajo a favor de otras mujeres que quieren abandonar el comercio sexual.

Cuando Linda Watson se encontró con el Santo Padre se acordó del relato del Evangelio sobre la mujer de mala reputación que encontró a Cristo. «No podía creer que estuviera realmente frente a él», reconoció Watson a Zenit tras la audiencia con el Papa. «Ha sido verdaderamente extraordinario», declaró. «Empecé a decir en polaco, mi segunda lengua, “¡Padre Santo mío!”. ¡La experiencia ha sido entusiasmante, pero a la vez de gran humildad!»

Linda Watson pudo dejar las calles después de 20 años para convertirse y, con ayuda de su arzobispo, levantar casas para mujeres deseosas de salir de ese tipo de vida.

Se cuenta entre las principales promotoras de la campaña contra la legalización de la prostitución en su país, Australia, y fue elegida en 2003 en la nación como «la mujer más inspiradora del año». La propia Watson relata su implicación en las redes de la prostitución: «Tuve una vida difícil como madre soltera con tres hijos, cada uno de los cuales no tenía más que el suelo para dormir. Así que, cuando una mujer de apariencia pudiente me tocó en el hombro en el salón de té de mi humilde oficina y me dijo que podía ganar 2.000 dólares a la semana, me vi muy tentada».

La mujer en cuestión intentaba convencerla haciéndole ver la posibilidad de limitarse a una prueba de dos meses. «Nadie lo sabría y después podría dejarlo», le aseguró. En poco tiempo Watson se dio cuenta de la verdad, pero ya era demasiado tarde: «Tan pronto como empiezas, pierdes tu dignidad. Estás vendida. Mi primer cliente era directivo de alto nivel de los medios e inmediatamente fue como si hubiera sido vendida como un trozo de carne a todos sus millonarios».

En seguida, la situación pasó a estar «fuera de control». El dinero y la manipulación «eran un tipo de red de seguridad que te ponen alrededor y si intentas dejarlo para empezar una nueva vida no tienes dónde ir para recuperar el respeto y reconstruir una vida».

Dejarlo parecía imposible hasta que «invoqué a Dios en su corazón por pura desesperación. Fue el día en que murió la princesa Diana de Gales. Por primera vez me di cuenta verdaderamente de que la riqueza y el poder no eran la respuesta a todo. Ciertamente, a ella no le habían salvado la vida».

Linda decidió buscar trabajo, pero nadie la contrataba. Entonces sintió que Dios le había dado la misión de salvar a otras mujeres atrapadas, pero una vez más nadie se mostró dispuesto a ayudarla. «No sé cuántos me rechazaron, hasta que llegué a la puerta de la oficina del arzobispo católico. Él percibió mi visión de futuro».

Fr. Barry Hickey, arzobispo de Perth (Australia), relató a Zenit que antes de encontrar a Linda no sabía cómo desbaratar la industria del comercio sexual. «Sabía que enviar a un asistente social normal en el terreno no llevaría casi a nada. Necesitaba alguien que conociera la actividad desde dentro. Y ella fue mi ángel de la esperanza».

Así comenzaron las casas de recuperación «Linda’s Houses of Hope», para proporcionar refugio, asesoramiento y protección. “Algunas de las jóvenes vienen a mi puerta hasta sin dientes –revela Linda-. Algunos hombres les hacen saltar los dientes a golpes, así que debemos ocuparnos de atender todos estos aspectos”.

A la vista de la difusión de la violencia y de las drogas, Watson se irrita al oír a políticos que tratan de sacar adelante proyectos de ley para legalizar la prostitución. “Están tan destruidas que están como muertas, a modo de “muertos vivientes”. Si la gente viera esto nunca querría la legalización”.

«La prostitución te destruye. No te estimas a ti misma y te parece que nadie podría amarte jamás». Ella preguntaría a los políticos: «¿Les gustaría que esto le ocurriera a sus hijas o hermanas?».

En su labor, Watson se ha inspirado en la Madre Teresa de Calcuta y en Juan Pablo II. Su vida actual no está exenta de peligros. Su éxito en exponer los abusos contra las mujeres le han ganado muchos enemigos. Con todo, Watson lo considera como una pequeña cruz que hay que ofrecer a lo largo del camino.


Fuente Zenit


Sección Cultura/Culture

14 mayo 2006

Sólo le pido al Señor que me dé fuerzas para cuidar a mi querida esposa hasta cuando Él quiera

Me llamo Sotero Aguirrezabal y soy un joven de 80 años, de Durango de toda la vida. Joven emprendedor, fundé lo que en aquella época fue la imprenta del duranguesado. Se me podría definir como hombre activo, sensible y de “mala leche”.

Hace seis años mi vida cambió de forma radical por la enfermedad que contrajo mi querida esposa, el famoso alzheimer. Antes de continua, he de decir que ella también era muy activa y con carácter fuerte.

Dios ha querido que la enfermedad en mi mujer haya tenido una progresión rapidísima. En los últimos años, es cada vez más difícil oírle decir una palabra. Pensar en lo que era, te deja boquiabierto al comprobar lo que puede llegar a hacer una enfermedad. No sé si entiende las cosas que le digo.

En esta situación, cuando muy de vez en cuando y muy bajito oyes un gracias, solo te viene a la cabeza una idea: “gracias Dios mío por este detalle de cariño que has tenido conmigo”, y a continuación piensas que todo lo que has hecho ha valido la pena.

Vivo para mi mujer y su atención. Desde las siete de la mañana que me levanto hasta las 22,30 que me acuesto. Lo primero que hago es prepararle un zumo, que hay que dárselo ayudado de una jeringa; más tarde lavarle, darle cremas para que no se llague,.... y todo con muchísimo cariño.

Muchas veces, cuando voy a la farmacia o a hacer la compra me preguntan:
- ¿De dónde sacas las fuerzas para hacer todo esto?
Suele dar la casualidad de que vuelvo de oír Misa y les digo:
- ¿De dónde?, ¿sabes de dónde vengo? De Misa, pues de ahí saco la fuerza.

Cada mañana, al ofrecer el día al Señor le digo: todo esto te lo ofrezco, solo te pido ayuda para, en momentos de cansancio y tristeza, seguir adelante con fuerzas. Y así es mi día, cuidando a la persona que más quiero. Sería difícil contar las veces que a lo largo del día le repito al oído cuánto le quiero, aunque no sé si me escucha.

Los momentos que dedico a diario al trato con Dios en la oración y en la santa Misa, y al trato con santa María en el rezo del santo rosario, son de donde saco la fuerza para seguir adelante en los momentos de debilidad, que también los hay.

Sólo le pido al Señor que me dé fuerzas para cuidar a mi querida esposa hasta cuando Él quiera.

Sección Familia/Family

Todavía hoy me pregunto por qué el santo me hizo ese favor tan grande

No sé cómo comenzar este relato. Lo que voy a contar sucedió hace unos tres años y aún no puedo creerlo. Soy católica y cuando he tenido problemas importantes le he pedido y rezado a Dios y a la Virgen María; desde hace tiempo, también a san Josemaría Escrivá de Balaguer, ya que tengo una hija perteneciente al Opus Dei y nos invita a que le recemos a él. Fue un hombre extraordinario y ha obrado muchos milagros.

Esta hija mía ha estudiado en la Universidad de Navarra. Y en una de las visitas a Pamplona para dejarla estudiando, me ocurrió este hecho que ahora paso a relatar. Era por el mes de septiembre del año 2003, y en esta ocasión tras dejar a mi hija en su residencia para preparar los exámenes, nos encaminamos a un pueblo cercano que se llama Puente la Reina, y que por su belleza lo habíamos elegido para visitar. Allí pernoctamos.

Al levantarnos le referí a Pedro, mi marido, un sueño que tuve esa noche con un señor que, según él mismo me contaba, estaba muerto hacía muchos años, pero no paraba de decirme que le cogiera su mano y que estuviera tranquila, y que no iba a pasar nada y que todas las cosas iban a solucionarse.

La paz que sentí toda esa noche fue extraordinaria; no suelo recordar mis sueños casi nunca, pero cuando lo hago son cosas tan intrascendentes que no se las cuento a nadie. Pero ese sueño tan especial sí se lo conté a mi marido.

Tras desayunar proseguimos nuestro viaje a nuestro próximo destino, que era Zaragoza. Y sin saber por qué, nos salimos de la ruta y perdidos llegamos a un pueblo llamado Javier. Tengo que parar un poco porque, aún hoy, escribiendo, las lágrimas me afloran sin querer, recordando ese día.

Entramos a un bar a tomar café y vimos a muchas personas que se dirigían al mismo sitio. Le pregunté al camarero y me dijo que estábamos en Javier, y que la gente iba hacia el castillo donde había nacido san Francisco Javier, del que yo no sabía casi nada.

Al entrar, mi mirada se dirigió hacia un tablón en el que había muchas estampas del santo. Y cuál fue mi sorpresa que al ver las imágenes comprobé con asombro que aquel señor era el mismo que me había estado hablando toda la noche.

Pedro vio cómo me quedé lívida, y llorando le dije: ¡Es él!, ¡es él!, el mismo del sueño. Sentí una emoción indescriptible. Al salir, y temblándome las piernas, fuimos a una tienda cercana donde venden recuerdos y estampas del santo, y entre ellos la imagen de un Cristo al que san Francisco Javier le rezaba siempre.

Pasado un año vino a estudiar a Pamplona el tercero de mis hijos. No le fue bien, pues tenía problemas graves en los que hoy día caen muchos jóvenes de su edad... Le recé a Javier con mucha devoción durante un tiempo, y hoy a este hijo lo hemos recuperado. Le dije a mi santo que iría a la “javierada” que es un acto que reúne a muchos peregrinos en Javier cada año.

El 5 de marzo de este año 2006, me encontraba con mi marido en la explanada del castillo de Javier dándole gracias a san Francisco por haberle tendido la mano a mi hijo y sacado del pozo en el que estaba. Tras acabar la misa subimos casi en volandas para venerar y besar la reliquia que desde Roma habían traído de él (su brazo incorrupto). Todavía hoy me pregunto por qué el Santo me hizo ese favor tan grande de soñar con él y llevarme al sitio exacto donde nació. Lo cierto es que lo tengo presente y no hay día que deje de rezar con él la oración al Cristo que veneraba.

Pilar P. P.

Sección Cristianismo/Christianity

07 mayo 2006

El artista puede ofrecer mucho a los demás porque tiene capacidad de trascender las cosas y de tocar lo espiritual

Javier Santurtún es Licenciado en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco. Entre 1979 y 1999 fue profesor de Artes plásticas en el Colegio Gaztelueta, compaginándolo con la dedicación a la pintura. Actualmente se dedica exclusivamente a la creación artística.

En las explicaciones de tu web hablas de “redimir la materia”. ¿A qué te refieres?

En los noventa aquí se produjo la desindustrialización y se derribaban fábricas. Yo buscaba los viejos rincones, las cosas pequeñas que casi no se pueden pintar, los residuos arrumbados, etc. A menudo indagaba en ellos y les sacaba muchas fotografías, con la esperanza de que esas cosas envejecidas y anónimas tuviesen algo que decirme, algo que les saque de la destrucción. Acercaba el objetivo y lo dirigía a los detalles que a primera vista no son dignos de verse.

Después, he trabajado y dado forma a lo que me ha resultado interesante, lo que desde fuera podría parecer un disparate, y me voy enamorando de esos materiales. De alguna manera, comienzo a compadecerme de ellos. Se vuelven dignos de ser redimidos, como elevados a un nuevo modo de ser, apareciendo ante nosotros de nuevo originales, incluso más que cuando eran útiles.

En este proceso hay algo que se puede subrayar: incluso lo más pequeño y pobre puede tener una riqueza insospechada, si se observa con calma. Es fácil sacar la misma conclusión con las personas. Yo mismo me veo reflejado en esas cosas, o las veo como señales de la dignidad de los más débiles.



Tú eres creyente. ¿De qué modo está presente Dios en tu obra?

Por supuesto que se percibe en mi obra la relación con Dios y el puesto que ocupa en mi vida. Más aún, los trabajos del artista expresan su interior, pues su vida y su labor se influencian mutuamente.

Para mí, mi cometido es fuente de alegría, algo que hago a gusto y me enriquece; lo hago muy agradecido, a pesar de que la vida del artista es dura. El motor no es ganar dinero, sino otros intereses y sueños, más penetrantes y dolorosos. En último término es una aventura que a veces te hace sufrir y otras te llena de felicidad. Pero no se puede dejar. Te enreda tanto que te hace dejar la comodidad, la seguridad, la tranquilidad económica, etc.

Pero no se trata sólo de que el trabajo sea agradable; también te empuja a llegar a otros. A mi juicio, Dios también puede tener ese deseo: que mi trabajo sea para los demás fuente de bien y paz, o que ayude a mirar aquello que refleja la riqueza del alma

No pretendo que mi obra sea un sermón. Es una consecuencia fundamental y sencilla del modo de vivir que he elegido, surgida sin querer, con la convicción de que las manos de Dios me redimen cada día; que pone en mí su mirada amorosa. Y yo, que soy poca cosa, soy de mucha importancia para Dios. Esa misma paternidad no muy razonable de Dios es la que el artista tiene para con su trabajo de creador.

Así entiendo yo la carta que Juan Pablo II dirigió a los artistas. Habla de la llamada del artista al servicio de la belleza y del bien de todos. En mi opinión, el artista puede ofrecer mucho a los demás, no por lo que él mismo hace, sino por lo que él mismo es y su modo de entender la vida. Porque gracias a su trabajo tiene capacidad de trascender las cosas, de tocar lo espiritual y eterno. Luego, es responsabilidad de cada uno manifestarlo a los demás.

Más información: www.santurtun.com

Sección Cultura/Culture

Aborté hace diez años; tenía miedo, y como te ofrecen esto, pues te lo planteas; pero te informan menos que cuando te vas a sacar una muela

«Soy portavoz de las Víctimas del Aborto porque soy víctima. Nunca nadie me informó de las consecuencias psicológicas que iba a sufrir tras abortar».

«Los médicos no ofrecen ayuda, el Estado no informa, los medios de comunicación manipulan. Te lanzan el mensaje de que abortar es libertad, es progreso, de que no pasa nada. Por lo que no puedes contar tu caso, porque te tratan como si fueses rara. Te hacen un juicio. Pero los medios de comunicación deben informar. ¿Por qué no se televisa un aborto? Hemos visto imágenes de todo tipo, pero jamás hemos visto un aborto. Nadie dice qué es lo que pasa allí. Hablan del aborto como si no fuese nada, como si fuese normal, y eso te hace daño».

«Te voy a explicar por qué soy víctima. Yo era joven y estaba sola. No tenía nadie a quien acudir. Tienes un problema importante, estás sola, llena de miedo, y como te ofrecen esta posibilidad, te lo empiezas a plantear. El tiempo aprieta cada día que pasa y tú sigues sola. Así que llamé por teléfono a la 'clínica' Dator. Yo estaba de tres meses y me dieron cita para el día siguiente, como con prisa, lo cual es normal, porque cuanto más tiempo tengas para pensar, para reflexionar, menos les conviene a ellos».

«Al día siguiente fui a la clínica. Es algo extraño porque tú no quieres ir, pero la soledad te lleva, no te queda otra, es lo único que te ofrecen. Yo esperaba algo de información, y lo que me encontré en la Dator fue una situación surrealista. Allí no hay una mirada amable por ningún sitio, hay mucha frialdad. En la gente, en el ambiente. Ni una sonrisa. Te pasan a una sala de espera en la que sólo se oyen murmullos, y se tiene una visión tétrica: las caras de las mujeres que allí estamos. Esas caras no se me olvidan nunca».

«El médico no te dice absolutamente nada. Mientras te examina, por supuesto tú no ves la pantalla del ecógrafo. Verifica una serie de cosas y te mandan de vuelta a la sala. Tú miras las caras. Las chicas más jóvenes recuerdo que lloraban bajito, sin hacer ruido. Nadie comentaba nada con nadie y reinaba el silencio, cuando en tu interior gritabas muy fuerte: ¡no quiero! Pero son gritos ahogados, que no escucha ni quien tienes al lado, sólo los oyes tú. Entonces pasas al psicólogo y esperas que te diga algo, y no te dice nada. Quieres que te digan que no lo hagas. Pero al revés, te dicen que no pasa nada, que es algo muy sencillo, muy fácil, y que cuando acabes, te vas a casa como si nada, cuando la realidad llega después. La cosa es que el psicólogo te descuadra todo, porque esperas una mínima explicación, y allí no te dan ninguna».

«Te pregunta qué tal estás, que con la cara que llevas no hace falta ni que contestes, y te dice que tienes que firmar un consentimiento informado. En el documento escrito que te dan no dice nada de las consecuencias psicológicas o de los posibles traumas que pudieran dar¬se, ni siquiera lo menciona como posibilidad. Te dicen que no pasa nada, que es muy rápido y que en cuanto acabe, te vas a casa, como si nada. En ese momento te sien¬tes totalmente ida, desamparada. No eres persona. No te preguntan por qué puede suponer un mal para ti el seguir adelante con tu embarazo, que se supone que es el supuesto al que te acoges. Te informan menos que cuando te vas a sacar una muela. Te lo hacen y se olvidan de ti. Y tú apáñatelas como puedas.»

«Tras hablar con el psicólogo te vuelven a pasar a la sala. Estás desorientada. Al rato te vuelven a llamar y te dicen que te desnudes, sin pudor alguno; no te dan una bata ni nada, y vas desnuda hasta la camilla, y una vez que te colocas igual que si fueses a dar a luz, entra el médico. Recuerdo que tras ponerme una anestesia local, me dijo que como no me tranquilizase, íbamos a estar hasta mañana, y que me iba a doler más. Hizo la intervención. Es rápida y muy molesta. Yo estaba mirando al techo gritando ¡pare!, pero sin gritar. Quería salir corriendo de allí, pero no puedes. Es tan duro asumir lo que es¬tá pasando como la manera en que está pasando. Al tiempo que el médico hace su trabajo, las enfermeras tienen una conversación paralela. No están pendientes de ti.»

Después describe que pudo ver los restos de su hijo metidos en un bote: «Lo echan en un recipiente de cristal y se queda ahí, apartado en un lado. Tú lo ves. Es curioso cómo antes del aborto no te dejan ver la pantalla del ecógrafo por si te arrepientes, pero una vez que estás en la camilla, les das igual. Lo dejan allí apartado, lo ves. Si estás de tres meses, no ves sólo líquido. Yo vi trocitos de carne. Luego una enfermera se lleva el bote. En ese momento es como si te arrancasen con él la vida. Te han arrancado de cuajo tu personalidad, tu vida, tu integridad. Lo notas salir de dentro. Y se lo llevan como el que carga un saco de patatas. Esa imagen no se te borra de la mente en la vida».

«Te vistes como puedes, sola, nadie te ayuda, y pasas a una salita diferente a la anterior, porque no permiten que las chicas que están esperando vean cómo te sacan de allí. Al final aparece una enfermera, te pregunta si te mareas, y sí le dices 'no', te contesta: 'Pues hala, ya puedes irte a casa'».

«Quieres salir a ver si te da el aire, pero dentro te has dejado algo, no estás entera, y se te cae el mundo. No sé ni cómo llegué a casa. Era viernes y estuve los tres días metida en la cama. Pero llega el lunes. Así que te levantas, te vistes, y te vas a trabajar. Como si nada. Eres otra, pero la gente no lo sabe. Es imposible llevar algo así».

«A las chicas con las que he hablado yo, les pasa de todo. Algunas ven a lo mejor un niño de cuatro años, que es la edad que debería tener su hijo, y se echan a llorar. Es algo que puede salir enseguida, a los cinco años o a los veinte, por un programa de TV, o por algo que cuenta una vecina. Eso está latente ahí, y un día salta. Entonces prepárate, porque en España nadie da ayuda para superar esta patología. Estás sola.»

Fuente La Verdad

Sección Vida/Prolife